Cada vez somos mucho más conscientes de las consecuencias que tienen en nuestra salud mental y física las relaciones tóxicas. Pero, ¿Qué pasa cuando una de esas relaciones tóxicas está dentro de nuestro núcleo familiar? Por desgracia, observamos mucho en las consultas psicológicas la naturalización de la violencia, tanto física como verbal, dentro de la familia. Cierto es que no podemos elegir la familia en la que nacemos, sin embargo, sí podemos decidir qué hacer con esos vínculos. Aunque la gestión es complicada, podemos elegir entre conformarnos con ese tipo de relación o cambiarla drásticamente, hasta incluso romper el vínculo.
En ocasiones, las características de vínculos tóxicos dentro de la familia pueden pasar desapercibidas, ya sea porque se da por hecho la autoridad de determinados miembros como abuelos o padres, o por la propia cultura y sociedad que crea un tabú ante ello. Las características más significativas dentro de las relaciones tóxicas en una familia son:
No se respetan los espacios vitales de cada miembro ni sus propias necesidades. Suelen ser relaciones construidas desde la autoridad cuyo objetivo es satisfacer las necesidades propias. Esto llevará a cabo actitudes de sobreprotección o de agresión que incapacitarán el desarrollo emocional normal. Es decir, se transgreden totalmente los límites de las personas.
En estos comportamientos extremos podemos encontrar la sobreprotección y el abandono. Ambos pueden generar relaciones de dependencia con apego ansioso o inseguro que se manifestará en la manera de crear nuevas relaciones en nuestra vida adulta, semejantes a las que conocemos.
Evitar hablar tanto de los problemas como de los conflictos tiene un gran impacto en nuestras emociones. Se enseña que las emociones como la tristeza y el enfado se tienen que guardar como si no existieran. Esto puede acabar acumulándose como una olla a presión que tarde o temprano puede explotar, conllevando consecuencias psicológicas y emocionales en un futuro. A veces, las familias evitan hablar de situaciones complicadas con intención de no preocupar o no generar malestar. No obstante, mirar hacia otro lado nunca fue una buena opción.
Los miembros de la familia con conductas y pensamientos inflexibles en ocasiones no permitirán que los cambien. Suelen ser relaciones de dominación. Esto nos puede llevar a la frustración sin saber cómo podemos mejorar dichas relaciones.
Cada vez somos mucho más conscientes de las consecuencias que tienen en nuestra salud mental y física las relaciones tóxicas. Pero, ¿Qué pasa cuando una de esas relaciones tóxicas está dentro de nuestro núcleo familiar? Por desgracia, observamos mucho en las consultas psicológicas la naturalización de la violencia, tanto física como verbal, dentro de la familia. Cierto es que no podemos elegir la familia en la que nacemos, sin embargo, sí podemos decidir qué hacer con esos vínculos. Aunque la gestión es complicada, podemos elegir entre conformarnos con ese tipo de relación o cambiarla drásticamente, hasta incluso romper el vínculo.
Ponerse en los zapatos de la otra persona no significa que tengamos que someternos, sino escuchar y aceptar la posibilidad de que no pueda llegarse a otros entendimientos. Esto no implica que dejemos de actuar por nuestra propia libertad.
Es muy importante que le demos el valor que se debe a nuestro espacio personal.
Primero de todo, hay que comprender que decir que “No” no significa querer menos a alguien o hacerle daño. Si te sientes obligado a realizar algo que realmente no te apetece, puedes decir que no y valorarte. Si esto genera malestar a alguien, cada persona es responsable de sus emociones y cómo gestionarlas.
El respeto hacia los demás y hacia uno mismo es fundamental. Con un lenguaje asertivo y respetuoso, evitando los conflictos, tenemos todo el derecho a comunicar aquello por lo que no estamos dispuestos a pasar. Ese lenguaje asertivo y firme permite que los demás entiendan tus necesidades y la nueva manera de relacionarte con ellos.
Aprender a esperar y pensar antes de actuar es una gran habilidad que ayuda a relacionarnos de manera positiva y sana. Las actitudes impulsivas, los gritos y las exigencias tienen que dejarse de lado y no reforzarlas atendiéndolas, pues todo ello conlleva conflictos innecesarios.
Estas pautas no siempre son fáciles de poner en práctica y tendremos que pedir ayuda externa como los profesionales de la psicología para que nos guíen y llevarlas a cabo. Recuerda que el autocuidado también consiste en poder desvincularte de aquellos lazos que puedan ser tóxicos, sea o no en un contexto familiar.
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